miércoles, 9 de septiembre de 2015

SILENCIO, LENTITUD, COMPROMISO


                                                                                                                                                                Foto: Giusi Pardo


Hoy escribo para contaros una experiencia que viví hace unos días en Francia. 
Me fui con los ojos cerrados, sin saber muy bien qué me esperaba; solo sabía qué tipo de experiencia iba a vivir: un voluntariado en bioconstrucción, en plena naturaleza y con un paisaje cercado por 4 castillos cátaros.

Todo sonaba muy inspirador.

Me alojé en una cabaña diminuta con la gran suerte de encontrarme con una cama gigante en mi habitación con vistas a una vegetación abundante. ¡Felicidad! 
No todo el mundo tuvo esa suerte. Al entrar, me recibió una araña, también gigante, que me guiñó el ojo. Ça va?

Primer día, contrastes y emociones encontradas. Y yo, deseosa de saber cuál sería la próxima sorpresa.

En unos días, comenzamos con la construcción de la vivienda ecosostenible, donde con otros voluntarios empezamos a construir las paredes de dicha vivienda teniendo en cuenta ciertos aspectos técnicos para su correcta ejecución.

Todo el día con las manos en la masa como se suele decir y cambiando el trabajo intelectual que tenía hasta ahora por un trabajo más físico, rápidamente me percaté de que me iba a venir muy bien. Se me despejó la mente. 

Estaba en plena naturaleza, con el sol brillando por las mañanas, el viento en la cara por las tardes y las estrellas y la luna por la noche, y con la sorpresa de que a finales de Agosto tuvimos una luna llena que contemplé tumbada en una estupendísima hamaca de tela, (un deseo cumplido), camuflada entre varios árboles con 2 amigos más y una pequeña guía para, al menos, hacer el intento de ubicar en el cielo alguna constelación, con lo que me gustan a mí estas cosas.

Tengo que decir, que es más complicado de lo que yo creía, y nada, no vimos ninguna, todo fueron especulaciones a la luz de la luna ja ja ja.

Los días transcurrían más o menos repetitivos; por la mañana temprano a trabajar, break a media mañana al solecito, comida con grandes dosis de hidratos de carbono para recuperar fuerzas, más trabajo por la tarde, sobre las 19:00 parón hasta el día siguiente y finalmente momento ducha (el más delicioso de toda la jornada) y cena sobre las 21:00.

Las anécdotas, las risas, y las bromas, eran lo que hacía diferentes los días, en los que todos los participantes construíamos un espacio en común con el objetivo de aportar cada uno un poquito de su ilusión y esfuerzo.

Hubieron momentos incómodos por supuesto, me hice varias quemaduras ácidas por culpa del cemento, algunos cortes y heridas y mis queridos compañeros de rutina, los tábanos (a los que adoro), me cogieron mucho cariño durante mi estancia en Lastours, regalándome sus mordeduras al menor descuido. Tan hospitalarios ellos.

Pequeños accidentes que se compensaron por muchos momentos buenos. En un entorno donde lo único que tienes es naturaleza y siendo como soy, chica de ciudad, apreciar todo lo que estaba a mi alcance me generó al principio algo de molestia, ¡allí no había nada! 

¿Qué iba a hacer en mis días libres? ¿Y si el trabajo no me estimulaba? ¿Y si me aburría? ¿Disfrutaría la experiencia?

Aquí, nadie ni nada reclamaba atención, aquí la atención tenías que ofrecerla tú. Y eso te hacía sentir dueña de tu tiempo. Regalabas el tiempo que querías y los demás te lo regalaban a ti. Verdadera generosidad esa.
No había obligación ni competencia, pero sí compromiso y esa era la mejor forma de trabajar y de que las cosas funcionasen bien.

No necesitabas usar la tecnología, tenías abrazos, sonrisas y conversación siempre que quisieras y lo precisases porque la gente estaba dispuesta a ello. No había fotos que ver en ningún lado, las fotografías que apreciarías en una pantalla las tenías delante de ti, increíbles castillos medievales a tu alcance que podías en cualquier momento visitar (y una ciudad preciosa a la vuelta de la esquina: Carcassone), no necesitabas meterte en la cabeza técnicas de construcción ni estudiar el proceso a seguir porque lo estabas aplicando momento a momento mientras veías los resultados in situ. No pasaba nada si tu música en tu MP3 te aburría porque por las noches, tenías música en directo; siempre había alguien que sabía tocar la guitarra o el acordeón (a lo Yann Tiersen) y alegraba a todo el grupo que improvisaba un baile en el que te daban ganas de participar y las cenas eran a la luz de las velas.

Una traba importante para mí fue el idioma. No fui lo preparada que me hubiera gustado, pero de eso se trataba, de defenderme con lo que hasta ese momento tenía aprendido y lo cierto fue que, me di cuenta de que cuando en el ambiente hay empatía, solidaridad y ganas de comprender al otro, no son tan necesarias las palabras.

El lenguaje no verbal, ese que es tan infravalorado por algunos, en estos casos es de gran utilidad, así que me vino muy bien hacer un poco de ayuno de palabras y de esta forma, apreciar mucho más a quien era capaz de comunicarse conmigo sin utilizar el lenguaje, simplemente con gestos, sonriéndome, con abrazos, con guiños, con miradas cómplices o con estar ahí a mi lado, de mil maneras. 
Algunos no supieron, otros muchos sí. Y a mí eso me conmovía y me conmueve. 

Como observaba más, también sabía más acerca de la sensibilidad de cada persona, que sin estos detalles, a veces es difícil de percibir. 
Se crea una conexión más verdadera porque las palabras a menudo mienten.
Incluso alguien me dijo que estaría escuchando mi voz por horas, ¡a pesar de no entender nada de lo que le decía! Para mí, esto fue muy tierno.

En la incomodidad uno se da cuenta de lo cómodo que le hacen sentir, detecta las sutilezas y las valora aun más. 

Lenguaje no verbal ¡qué bonito eres!.

La realidad cotidiana a veces puede llegar a ser agotadora, sin querer te ves envuelto en un ritmo acelerado, no hay mucho tiempo para relacionarse porque la gente está centrada en ser competente, en producir y no te puedes relajar de verdad con tanta facilidad, a no ser que lo busques con ahínco. Un cambio de entorno para mí fue la clave.

Aquí, los días transcurrían despacio.
Los aprendizajes más importantes son los de vida, no tan sólo los concernientes al trabajo. Un voluntariado en un campo de trabajo no es solo para trabajar. Y eso, lo aprendes cuando vas a uno, tu objetivo además de aprender, es relacionarte con otros como tú para colaborar en un objetivo común por decisión propia y libre. 

En este caso, la construcción de una vivienda ecológica.

En el mundo de la construcción, existen 2 maneras de edificar; utilizando materiales prefabricados o industrializados que después se colocan en obra o construyendo con materiales autóctonos in situ. Se pueden combinar ambas. Nosotros elegimos la segunda opción.
Este tipo de construcción trata de crear un hábitat que respete siempre el medio donde se implante, siendo cuidadoso con todos y cada uno de los elementos de la naturaleza.

Utilizamos madera, cáñamo, arcilla y arena entre otros materiales. Y durante 2 semanas todo el trabajo lo realizamos con nuestras propias manos, sin apenas medios mecánicos. 

Disfrutando cada paso del trabajo, avanzando lento, sin prisa y riéndonos mucho en el proceso.

La principal característica de este sistema de edificación es minimizar el impacto lo máximo posible para el medio ambiente utilizando técnicas tradicionales y materiales saludables, reciclados y sencillos de obtener que sean compatibles con el entorno. 
En la construcción, cualquier cosa que realicemos va a influir y repercutir en todo lo demás, de hecho, se considera a la casa como una 3ª piel, después del cuerpo y la ropa. 
Tiene sentido. Estamos interrelacionados con el entorno donde vivimos. 

Cuando estás en un lugar así, tomas conciencia de todo ésto de forma muy clara.
Ha sido una experiencia muy enriquecedora en todos los aspectos, tanto personalmente como profesionalmente.

En realidad, no tuve tiempo de aburrirme. O dicho de otra forma, me encantó aburrirme allí.

Estuve en un lugar que antiguamente fue una mina de oro según me comentaron algunos habitantes del pueblo más cercano y que incluso hoy en día, todavía puedes encontrar por allí algunas piedras con oro en bruto, si tienes suerte. No todo lo que brilla es oro, a veces, lo que no brilla también.

"El silencio es oro" dicen. No iba tan desencaminada.

Tres palabras me llevo para mi vida y que me recordaran otra manera de vivir: 
silencio, lentitud y compromiso.

Tres palabras que para mí tienen ahora más sentido.

¡MUCHAS GRACIAS LASTOURS!

p.d: La B.S.O de mi preciosa aventura.
www.youtube.com/watch?v=MqoANESQ4cQ&list=RDMqoANESQ4cQ#t=45