viernes, 2 de septiembre de 2016

¿POR QUÉ SOY ARQUITECTA?




¿Por qué soy arquitecta?  

Voy a cambiar la pregunta: ¿Por qué estudié arquitectura?

No voy a hablar de la vocación ni decir que desde pequeñita quería ser arquitecta porque a mí no me pasó. Además, desde mi punto de vista, la vocación está sobrevalorada, lo que ocurre es que queda muy bien decirlo.

En mi opinión, se construye a medida que te enstusiasmas por algo y decides estudiarlo, profundizando en sus bases y posteriormente aplicándolo. 

Lo que sí creo que te puede pasar, es que algo te llame la atención y quieras explorarlo, sigas tu curiosidad y empieces a hacer aquellas cosas que te enganchan y a partir de ahí, ver cómo evoluciona esa receptividad de aprendizaje.
Es un mirar la realidad descubriéndola y generando preguntas sobre ella siempre desenado saber más. 

Una vez detectado ese entusiasmo inicial, surge el realizar una formación reglada para desarrollar determinada habilidad y poder continuar la aventura para ver qué te depara ese camino y sobre todo, si lo disfrutas. 

No obstante, esta curiosidad viene en parte dada por el entorno en el que te mueves (si has tenido familiares arquitectos), en las opciones o experiencias que tuviste a tu alcance (si fuiste a un campamento donde te enseñaron a levantar un refugio por ejemplo y te entró el gusanillo de dedicarte a construir) e incluso en la cultura en la que te moviste (si en tu país/ciudad estaba bien visto algo o viceversa).

En mi caso, no sabría decir el motivo de haber elegido esta profesión. 

Sí sé lo que me gustaba hacer de pequeña y eso voy a contar aquí; de forma divertida y en clave de humor.

Dibujaba mucho, siempre estaba dibujando; todos los niños dibujan -diréis-, sí, sin embargo yo dibujaba hasta en las sábanas (para disgusto de mi querida madre) y en cambio a mi hermana el dibujo no le divertía tanto como a mí.

También hacía mapas para encontrar un supuesto tesoro y quemaba las puntas del papel, puesto que me imaginaba que era un pergamino, con el consiguiente riesgo, una de esas veces, de incendiar mi habitación (supongo que por influencia de "Indiana Jones", de que me pasaran cosas y de creerme una exploradora en apuros). 

Lo de rayar me debía de entretener mucho, hasta que más crecidita empecé a ganar concursos locales de dibujo y tomar clases para desarrollar mi destreza.

Me divertía construir cabañas con mantas cuya estructura eran los caballetes de pintura de mi madre -artista plástica- donde me escondía. La inocente imaginación de ser niña.
Puede que hubiera visto un tipi (la vivienda nómada original de las tribus de Norte América), palabra que significa "lugar para vivir" (Ti: vivir y Pi: lugar) en alguna película de dibujos animados o vete tú a saber por qué; allí debajo me cortaba el pelo porque intuía que en ese espacio tan especial debía de pasar algo interesante y en pleno secreto. 
Cuando yo quería, me aislaba de todo construyéndome mi tipi. 
En ese espacio, me sentía bien. Cuando me cansaba, cerraba el caballete, quitaba la manta (pintarrajeada `of course´) y volvía a la realidad.

Construir un refugio, casa u hogar era algo que disfrutaba y mi forma de jugar e ilusionarme. 

Con más edad, empecé a interesarme en mi colegio. Estar en uno tan grande como al que yo iba, era para mí un misterio. Construido en distintos niveles, con diferentes patios, edificios, pistas deportivas,... albergaba varios niveles educativos.

Siempre tenía la cabeza llena de dudas y preguntas.

¿Dónde estaban las clases de los niños/as más mayores? ¿Por dónde se entraba? 
¿Por qué no nos dejaban acceder a esas aulas? ¿Qué aspecto tenían? ¿Qué se hacía allí?
¿Estudiaban lo mismo que nosotros? ¿Por qué nos separaban? 

Por aquella época, yo ya tenía más conciencia de mí misma como persona responsable y aplicada que era, pero deseaba las respuestas a mis preguntas y conseguí juntarme con otras amigas (más atrevidas y revoltosas que yo) para que me acompañaran en mi ruta. Explorar, lo llamábamos. 
Así, descubrimos muchas puertas ocultas, corredores y pasos conectados entre edificios que nos sorprendieron y entusiasmadas, cada vez queríamos entender mejor el funcionamiento de nuestro colegio. Nos colábamos en las horas que sabíamos que era posible. En una de esas nos pillaron, claro. Nos llevamos una buena tunda porque según los directivos, sólo podíamos jugar en nuestro espacio y en nuestro patio. 

Posiblemente, de ahí venga mi inclinación en descubrir lo que está oculto, lo que no se ve, lo que nadie te dice o lo que es complejo de conocer. Mi predisposición a hacerme preguntas. 

De los juguetes no recuerdo demasiado, lo que más me gustaba era crear mi propio juego y con mis propias normas. 

Crear, explorar y experimentar.

Siempre fui una chica muy estudiosa, disciplinada y determinada. Paciente, perseverante.
El esfuerzo nunca era un problema para mí, ya que siempre latió en mí una pulsión inquisitiva y curiosa, ávida de entender.

En la Universidad, la enseñanza de arquitectura plantea varios campos de conocimiento de manera simultánea. Eso te da una amplia perspectiva y afina tu criterio, además de educar tu gusto y tu sensibilidad entre otras cosas.
Como su estudio es complejo y largo, estudiar arquitectura te da cierto carácter. Por aquel entonces, un colega me dijo que los arquitectos somos tíos y tías duros. Y creo que es verdad.
Con esas características, ni qué decir tiene que esta carrera te abre muchísimas posibilidades.

La arquitectura te permite jugar, aprender y cuestionar.

Cada proyecto que se te pone por delante, requiere un nuevo aprendizaje, explorar opciones, cuestionar premisas, estudiar diferentes puntos de vista, ordenar elementos, analizar variables,... hasta llegar a una solución que funcione y que reúna características lo más poéticas posibles. Eso es aprender arquitectura.

Otra cuestión es aprender a ser arquitecto y realmente, existe poca investigación sobre educación en arquitectura, es decir, no hay muchas respuestas a la pregunta:
¿Cómo se aprende a ser arquitecto? 

Otras habilidades las aprendes y asimilas trabajando y enfrentándote a todo tipo de retos, y es ahí dónde empieza el verdadero desafío, pero ese sería otro debate.

Además de una de las siete Bellas Artes, la arquitectura es una profesión de servicio y cualquier persona que se haga llamar arquitecto, ha de estar al nivel de esas dos premisas. Un enorme reto.
No es fácil conseguirlo y eso lo hace valioso puesto que el conocimiento se obtiene de manera lenta, compleja y difícil para que llegue a ser sólido.

Ya lo decía Platón: "Lo bello es difícil".

Objeto de este texto era responder a la pregunta: ¿Por qué estudié arquitectura?

Podría suscribir las palabras del arquitecto y maestro Francisco Javier Sáenz de Oíza:

"Aventurarse en lo desconocido, a un camino o proceso no recorrido con una actitud ilusionante y fuerte". 

Justo eso.



(Este Post se enmarca dentro de un trabajo de publicación colaborativa con otros arquitectos llamado #ThisisARQsLife. El objetivo es ofrecer diferentes puntos de vista de arquitectos hablando sobre un mismo tema y mostrando diferentes enfoques de entender la arquitectura y la vida.
Tenemos un GRUPO CERRADO DE FACEBOOK  donde compartimos inquietudes, aprendemos unos de otros y nos ayudamos mutuamente. Y ¡eres bienvenido!
Ya sabes que el arquitecto nunca deja de estudiar :-) 

Algunos artículos de sus intengrantes son:


Igma PachecoElena de FrutosJoan Vergara y Paula Rivera).